Thursday, May 13th, 2010
Entre col y col, lechuga.
Después de un post salado… volvemos a lo nuestro, más galletas decoradas.En esta ocasión para la Primera Comunión de mi prima Paula en Santander. No las he puesto hasta ahora para que las viera primero ella, pero ahora creo que ya se las habrán comido todas sniff!, la vida de las galletas es efímera…
Es curioso, tengo por un lado primos que pasan los cuarenta y tantos, y por otro lado primas que hacen la primera comunión (e incluso Cris todavía es más peque). Curiosa familia. Pero la mejor del mundo con permiso de todas las demás familias, claro.
Cómo la hacía el domingo pasado, y en Santander, no podíamos ir porque no había conexión posible de avión para volver a trabajar el lunes (y eso aquí es sagrado), así que queríamos hacerle aparte del regalito de rigor otro mucho más especial: nuestro tiempo y nuestros pensamientos.
Y digo nuestro porque, adivinad quien salía corriendo a buscar azúcar glas o harina si no quedaba suficiente, o quien estuvo horas conmigo buscando por toda la ciudad las cintitas que le fueran bien a los paquetitos y las bolsas de celofán del tamaño adecuado, o quien aguantó estoicamente el caos galletero en la mesa del salón durante una semana… pues si, el pobre Rolf. (Bueno, también se comió algún que otro recortito de masa, y algunas galletas accidentadas como recompensa)
Lo primero que hice fue decidir que forma quería hacer, y elegí una siguiendo el consejo del libro “Cookie Craft” (de Peterson & Fryer, muy muy recomendable si quieres empezar a hacer galletas decoradas).
En él te recomiendan que si vas a enviar las galletas por correo, elijas formas lo más compactas y simples posible, para evitar el riesgo de que se rompan. De hecho llegaron todas bien menos dos que llegaron con el harakiri hecho (eso es inevitable, que le vamos a hacer)
Aunque parezca mentira, entre mi colección de más de 240 cortapastas, no había ninguno que me convenciera para una Primera Comunión, así que nos fuimos a la Meca de los reposteros en Stuttgart: Tritschler.
Es una tienda como dirían aquí de lo más “cool”. En las dos primeras plantas tienen menaje, y cristal todo en plan Villeroy Boch y compañía, o sea, para presupuestos un poquito más abultados que el mío. Pero si te subes a la tercera planta, tienen todo todo todo lo que un repostero y/o cocinillas puede soñar. Los precios son tan cool como los de abajo (casi que una flanera de plástico te cuesta como si fuera una ensaladera de Rosenthal) pero siempre tienen unas perchitas donde venden los cortapastas que están fuera de temporada, a 50 céntimos o un euro. Claro que tienes que comprar hombrecitos de jengibre en agosto y conejitos de pascua para Todos los Santos, pero como los cortapastas no caducan, pues ¡hala! ahí voy yo de vez en cuando a revisar las perchitas del “outlet” galletil.
Encontré un angelote que en principio me pareció un poquito toroscón, como muy básico, pero era el único que podría pegar para la ocasión. Luego pense que al ser tan grande, mucho mejor para poner detallitos de los que a mí me gustan.
Después hice un boceto de las galletas, y una tabla con todos los colores, las consistencias, los adornos de azúcar y demás cosas que iba a necesitar. Esto que me parecía al principio un poco exagerado, es el mejor consejo que he leído sobre galletas. Si lo haces sólo por divertirte, pues no importa, puedes ir derrochando arte, mezclando colores (y pringando todo de azúcar) sobre la marcha; pero si tienes en mente un regalo, o un proyecto algo más “serio”, es mucho mejor planificar e incluso dibujar cada uno de los colores, adornos, perlitas y demás que quieres utilizar. También lo es trabajar en “línea de montaje”, es decir: primero todos los bordes, luego todos los rellenos de un color, de otro, al final los detalles, etc.
Yo soy un poco prisas, y no siempre tengo la paciencia para esperar a que se seque una capa para empezar con otra, y claro, así pasa lo que pasa, que se me corren los colores, y algunos de los angelitos, más que tener cara de buenos, tenían cara de haber salido de un After hours a las seis de la mañana, con todo el maquillaje corrido.
Por eso, y después de mandar a varios angelitos a la perdición, recomiendo mucho lo de tener paciencia y atarse las manos si hace falta.
El primer día hice la masa de las galletas de vainilla que siempre utilizo (las Ausstecherle), pero aunque doblé la cantidad, me quedé corta porque las galletas quedaban enormes. Ahí empece a darme cuenta de las dimensiones que tendría el “paquetito” (que acabó pesando 3,4 kgs.)
Había que hacer más masa.
Como soy un culillo de mal asiento y en la variedad está el gusto (y la diversión), pensé: “cada invitado recibirá sólo una galleta, y no se van a dar cuenta si para estas hago otra receta”. Así que probé con las galletas de vainilla de Karen’s Cookies. Bien. También doblé las cantidades, y… otra vez me quedé corta.
Bueno, pues ooootra vez a amasar. Pero ahora la receta de Bea. Y por fin conseguí las treinta y pico que quería (como dirían los ingleses “shit happens”, y siempre caen algunas en el campo de batalla por accidente o por manos largas que se pasean por la cocina en cuanto huele a vainilla)
Ese día estaba tan harta, que después de cortarlas todas, las congelé tal cual en las bandejas tapadas con plástico y colocaditas para hornearlas cuando volviera a estar de humor y nos fuimos al cine. Aunque me chiflan las palomitas dulces, esta vez, ni que decir tiene que las pedí saladas.
El humor volvió bastante rápido, tal que el martes. Y es que por mucho que te enfades y que te acuerdes de la (masa) madre de las galletas, esto es realmente adictivo, y una vez que tienes un proyecto en mente, no puedes parar hasta verlas tan monas todas juntitas y con su lazo.
Lo que todavía tengo que aprender, es como no mirar con cara de asesina a los que se las comen de un bocado y ni las miran… ¡insensibles!. Me dan ganas de darles una patada en la espinilla y decirles ¡eh tú!, que eso que tienes en la mano he tardado quince minutos en hacerlo, ¡un respeto, y cómetelas como se merecen!
Las hornee todas (siglos tardé, porque sólo cabían 6 cada vez), y las dejé enfriar toda la mañana.
Mientras, preparé los colores en millones de cacharritos, espachurré una galleta de un tropezón, y me eché encima de la mano un colorante verde mal cerrado. Genial. Me lavé seis o siete veces las manos y ni por esas. Después empecé a desconfiar de cómo funcionarán esos colorantes en el estómago. Pero la verdad, para teñir toda la glasa necesitas una gota, y yo me eché encima media botellita, así que no creo que haya nada que temer.
Por suerte hice la glasa con sirope Karo, y no con huevos, porque cuando me quise poner a decorar, ya era demasiado tarde y me tenía que ir a clase de flamenco. Lo guardé todo bien tapadito en la nevera, para el día siguiente.
El miércoles por fin me pude dedicar a la parte más divertida del asunto. Y llegué más o menos hasta la mitad del proceso.
Después se nos murió el hamster “Spätzle”, y con la pena que teníamos, ya no seguí decorando galletas.
Gracias al pobre Spätzle, todo se pudo secar como Dios manda.
El jueves terminé la decoración. Por supuesto que no me ceñí al modelo que había dibujado, porque me fui emocionando, y empecé a poner pelos rizados, pelos cortos, pelos largos, flores, estrellitas etc. posesa total!!! al final quedaron así:
y por fin el viernes por la mañana al volver de clase, los empaqueté todos, bien achuchaditos entre papel burbuja en una caja bien bonita todo malva.
Luego corriendo corriendo a correos, y con la cháchara que tiene el señor de correos del pueblo, casi se va el camión sin mi paquete.
Bueno, el caso es que por los pelos, pero llegó, y a la pequeñaja le hizo mucha ilusión, que eso es lo importante…
Besitos mil
PILAR
Después de un post salado… volvemos a lo nuestro, más galletas decoradas.En esta ocasión para la Primera Comunión de mi prima Paula en Santander. No las he puesto hasta ahora para que las viera primero ella, pero ahora creo que ya se las habrán comido todas sniff!, la vida de las galletas es efímera…
Es curioso, tengo por un lado primos que pasan los cuarenta y tantos, y por otro lado primas que hacen la primera comunión (e incluso Cris todavía es más peque). Curiosa familia. Pero la mejor del mundo con permiso de todas las demás familias, claro.
Cómo la hacía el domingo pasado, y en Santander, no podíamos ir porque no había conexión posible de avión para volver a trabajar el lunes (y eso aquí es sagrado), así que queríamos hacerle aparte del regalito de rigor otro mucho más especial: nuestro tiempo y nuestros pensamientos.
Y digo nuestro porque, adivinad quien salía corriendo a buscar azúcar glas o harina si no quedaba suficiente, o quien estuvo horas conmigo buscando por toda la ciudad las cintitas que le fueran bien a los paquetitos y las bolsas de celofán del tamaño adecuado, o quien aguantó estoicamente el caos galletero en la mesa del salón durante una semana… pues si, el pobre Rolf. (Bueno, también se comió algún que otro recortito de masa, y algunas galletas accidentadas como recompensa)
Lo primero que hice fue decidir que forma quería hacer, y elegí una siguiendo el consejo del libro “Cookie Craft” (de Peterson & Fryer, muy muy recomendable si quieres empezar a hacer galletas decoradas).
En él te recomiendan que si vas a enviar las galletas por correo, elijas formas lo más compactas y simples posible, para evitar el riesgo de que se rompan. De hecho llegaron todas bien menos dos que llegaron con el harakiri hecho (eso es inevitable, que le vamos a hacer)
Aunque parezca mentira, entre mi colección de más de 240 cortapastas, no había ninguno que me convenciera para una Primera Comunión, así que nos fuimos a la Meca de los reposteros en Stuttgart: Tritschler.
Es una tienda como dirían aquí de lo más “cool”. En las dos primeras plantas tienen menaje, y cristal todo en plan Villeroy Boch y compañía, o sea, para presupuestos un poquito más abultados que el mío. Pero si te subes a la tercera planta, tienen todo todo todo lo que un repostero y/o cocinillas puede soñar. Los precios son tan cool como los de abajo (casi que una flanera de plástico te cuesta como si fuera una ensaladera de Rosenthal) pero siempre tienen unas perchitas donde venden los cortapastas que están fuera de temporada, a 50 céntimos o un euro. Claro que tienes que comprar hombrecitos de jengibre en agosto y conejitos de pascua para Todos los Santos, pero como los cortapastas no caducan, pues ¡hala! ahí voy yo de vez en cuando a revisar las perchitas del “outlet” galletil.
Encontré un angelote que en principio me pareció un poquito toroscón, como muy básico, pero era el único que podría pegar para la ocasión. Luego pense que al ser tan grande, mucho mejor para poner detallitos de los que a mí me gustan.
Después hice un boceto de las galletas, y una tabla con todos los colores, las consistencias, los adornos de azúcar y demás cosas que iba a necesitar. Esto que me parecía al principio un poco exagerado, es el mejor consejo que he leído sobre galletas. Si lo haces sólo por divertirte, pues no importa, puedes ir derrochando arte, mezclando colores (y pringando todo de azúcar) sobre la marcha; pero si tienes en mente un regalo, o un proyecto algo más “serio”, es mucho mejor planificar e incluso dibujar cada uno de los colores, adornos, perlitas y demás que quieres utilizar. También lo es trabajar en “línea de montaje”, es decir: primero todos los bordes, luego todos los rellenos de un color, de otro, al final los detalles, etc.
Yo soy un poco prisas, y no siempre tengo la paciencia para esperar a que se seque una capa para empezar con otra, y claro, así pasa lo que pasa, que se me corren los colores, y algunos de los angelitos, más que tener cara de buenos, tenían cara de haber salido de un After hours a las seis de la mañana, con todo el maquillaje corrido.
Por eso, y después de mandar a varios angelitos a la perdición, recomiendo mucho lo de tener paciencia y atarse las manos si hace falta.
El primer día hice la masa de las galletas de vainilla que siempre utilizo (las Ausstecherle), pero aunque doblé la cantidad, me quedé corta porque las galletas quedaban enormes. Ahí empece a darme cuenta de las dimensiones que tendría el “paquetito” (que acabó pesando 3,4 kgs.)
Había que hacer más masa.
Como soy un culillo de mal asiento y en la variedad está el gusto (y la diversión), pensé: “cada invitado recibirá sólo una galleta, y no se van a dar cuenta si para estas hago otra receta”. Así que probé con las galletas de vainilla de Karen’s Cookies. Bien. También doblé las cantidades, y… otra vez me quedé corta.
Bueno, pues ooootra vez a amasar. Pero ahora la receta de Bea. Y por fin conseguí las treinta y pico que quería (como dirían los ingleses “shit happens”, y siempre caen algunas en el campo de batalla por accidente o por manos largas que se pasean por la cocina en cuanto huele a vainilla)
Ese día estaba tan harta, que después de cortarlas todas, las congelé tal cual en las bandejas tapadas con plástico y colocaditas para hornearlas cuando volviera a estar de humor y nos fuimos al cine. Aunque me chiflan las palomitas dulces, esta vez, ni que decir tiene que las pedí saladas.
El humor volvió bastante rápido, tal que el martes. Y es que por mucho que te enfades y que te acuerdes de la (masa) madre de las galletas, esto es realmente adictivo, y una vez que tienes un proyecto en mente, no puedes parar hasta verlas tan monas todas juntitas y con su lazo.
Lo que todavía tengo que aprender, es como no mirar con cara de asesina a los que se las comen de un bocado y ni las miran… ¡insensibles!. Me dan ganas de darles una patada en la espinilla y decirles ¡eh tú!, que eso que tienes en la mano he tardado quince minutos en hacerlo, ¡un respeto, y cómetelas como se merecen!
Las hornee todas (siglos tardé, porque sólo cabían 6 cada vez), y las dejé enfriar toda la mañana.
Mientras, preparé los colores en millones de cacharritos, espachurré una galleta de un tropezón, y me eché encima de la mano un colorante verde mal cerrado. Genial. Me lavé seis o siete veces las manos y ni por esas. Después empecé a desconfiar de cómo funcionarán esos colorantes en el estómago. Pero la verdad, para teñir toda la glasa necesitas una gota, y yo me eché encima media botellita, así que no creo que haya nada que temer.
Por suerte hice la glasa con sirope Karo, y no con huevos, porque cuando me quise poner a decorar, ya era demasiado tarde y me tenía que ir a clase de flamenco. Lo guardé todo bien tapadito en la nevera, para el día siguiente.
El miércoles por fin me pude dedicar a la parte más divertida del asunto. Y llegué más o menos hasta la mitad del proceso.
Después se nos murió el hamster “Spätzle”, y con la pena que teníamos, ya no seguí decorando galletas.
Gracias al pobre Spätzle, todo se pudo secar como Dios manda.
El jueves terminé la decoración. Por supuesto que no me ceñí al modelo que había dibujado, porque me fui emocionando, y empecé a poner pelos rizados, pelos cortos, pelos largos, flores, estrellitas etc. posesa total!!! al final quedaron así:
y por fin el viernes por la mañana al volver de clase, los empaqueté todos, bien achuchaditos entre papel burbuja en una caja bien bonita todo malva.
Luego corriendo corriendo a correos, y con la cháchara que tiene el señor de correos del pueblo, casi se va el camión sin mi paquete.
Bueno, el caso es que por los pelos, pero llegó, y a la pequeñaja le hizo mucha ilusión, que eso es lo importante…
Besitos mil
PILAR
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